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Festival de San Sebastián Día 6 (I): El club de la violencia

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Día intenso el vivido en el sexto día de Zinemaldia en el que se ha podido ver cuatro de las grandes citas del Festival. Por una parte, Atom Egoyan regresaba a San Sebastián tras haber presentado en 2009 la fallida Chloe, y por otro lado el mejicano Fernando Eimbcke abría la jornada con su aplaudido y divertido nuevo largo. Dos cintas acompañadas por un par de Perlas excelentes llamadas Un toque de violencia (Tian zhu ding; Jia Zhang Ke, 2013) y Dallas buyers club (íd; Jean-Marc Vallée, 2013). Por desgracia el tiempo es escaso en los festivales por lo que mañana pasaremos a comentar la segunda parte de esta crónica. Como consuelo os dejamos con las reseñas de las dos películas más fuertes del día.

Club sándwich (íd; Fernando Eimbcke, 2013) Sección oficial

Club sándwich

Poca broma con el cine mejicano. En la última década, hemos presenciado cómo su ninguneada aportación al mercado ha incrementado considerablemente el volumen de su producción, lo que ha propiciado que sus joyas dejen de ser invisibles para el circuito de los festivales internacionales y, a la postre, en nuestras carteleras. En la última edición de Cannes, Amat Escalante se hacía con el premio al mejor director por su brutal Heli (íd; 2013) y, sin retroceder mucho más, todavía recordamos la notable Después de Lucía (íd; Michel Franco, 2012). Dos propuestas diferentes que abordan el drama, la brutalidad, la violencia, la educación y la tradición desde perspectivas distintas pero que, sin embargo, comparten la denuncia social como principal germen dentro de las obras. Una temática localista que contrasta con el cine de Fernando Eimbcke, quien opta por profundizar en asuntos más universales como ya hiciese en la aplaudida, pero poco recomendable, Temporada de patos (íd; 2004) donde proponía el paso del tiempo y la responsabilidad como ejes centrales de una historia sobre la adolescencia ambientada en un espacio casi claustrofóbico enemigo del exceso.

Confeso admirador de cineastas como Jim Jarmusch o Yasujiro Ozu, el realizador mejicano abandona el blanco y negro de Temporada de patos, pero repite un esquema minimalista en Club Sándwich, obra en la que prefiere no interceder en una narración objetiva marcada por los alargados planos fijos y por el peso de unos pocos, pero inspirados, personajes. Eimbcke firma también un guion en el que, a través de unas aburridas vacaciones familiares, habla del despertar sexual, la madurez, la pubertad y, sobre todo, el síndrome del nido vació que desarrolla una madre temerosa (y celosa) ante la idea de que su retoño se haga mayor antes de tiempo. Una película con alma de corto que se disfruta gracias a la ligereza de su espontáneo humor que se ve colmado en una luminosa partida de cartas.

Club Sándwich transpira gracia y sencillez a medida que la tensión sexual va comiendo terreno al tedio inicial en el que la relación materno filial es de lo más introductoria. Cuidado con las sorpresas este sábado en la gala.

Un toque de violencia (Tian zhu ding; Jia Zhang Ke, 2013) Perlas

Un toque de violencia

Fue el mejicano Alejandro González Iñárritu quien configuró un mosaico de la civilización contemporánea en la mayúscula Babel (íd; 2006) donde encaraba con lírica la disección del alma humana a través de cuatro historias paralelas. Una propuesta narrativa similar que contrasta con la violenta y rabiosa radiografía ejecutada por el gran Jia Zhang Ke en Un toque de violencia, trabajo que recupera la pulsación expuesta en Naturaleza muerta (Sanxia haoren; 2006) pero pasados por un filtro noir que sacude violentamente con los cruentos relatos de cuatro personajes que, a priori, nada tienen en común y que dibujan una China decadente y enferma a todos los niveles.

Jia Zhang Ke es el responsable de un portentoso y colérico guion en el que los asesinatos y la muerte más explícita queda supeditada a esa violencia social palpable que sufren el cuarteto protagonista. De este modo, la soledad, la injusticia, la desigualdad, el desarraigo, la miseria y la prostitución estremecen por la soltura y familiaridad con la que se ha impregnado en una sociedad muerta y adormecida. Zhang Ke llama la atención a una anestesiada sensibilidad globalizada que ha asimilado con inercia el sufrimiento que nos llega día tras día desde distintos puntos del mundo. Injusticia y dolor que poco o nada escandaliza e impacta más allá de un WTF en las redes sociales (tal cual aparece en la cinta). Como prueba de ello, el demoledor inicio -que bien podría encajar en una hipotética versión de Un día de furia (Falling down; Joel Schumacher, 1992) reinventada por el coreano Kim Ji-Woon- en el que Zhang Ke propone la ira, la visceralidad y la venganza como solución a una corrupción más sangrante que una cabeza reventada por una escopeta, pues el humor negro es una baza importante para entender el enfoque que implanta el realizador chino. Una insensibilidad de la que parece haberse hartado Zhang Ke, quien nos pregunta abiertamente al final de la película por nuestros pecados, por nuestros propios actos de violencia. Que cada uno saque conclusiones.


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