Como era de esperar, el Teatro Principal ha acaparado la atención de prensa y público en la agenda del certamen con la primera proyección de Caníbal. Y las más de dos horas que alguno ha esperado pacientemente para poder disfrutarla así lo corroboran. Protagonismo añadido por ser además una de las tres preseleccionadas en nuestro deseo por volver a rascar algo en los Oscar. La buena acogida en Toronto hace indicar que será finalmente la elegida y una Concha de Oro daría el empujoncito definitivo. Veremos. El día ha dejado también otras imágenes, como la alfombra roja acordonada por un inagotable enjambre teen que aguardaba la llegada de Mario Casas y Hugo Silva, actores que han arropado a Álex de la Iglesia en una multitudinaria rueda de prensa en la que el director bilbaíno ha conseguido meterse al respetable en el bolsillo a base de carisma. Y sin más preámbulos, al lío.
Caníbal (Manuel Martín Cuenca, 2013) Sección oficial
Atrás ha quedado aquella idea de que el cine español solo podía ser entendido como algo estático, hermético y autosatisfecho. Desde hace unos años, han surgido cineastas con inquietudes que han demostrado autoría y buenas intenciones a la hora de proponer una mirada que pretende desmarcarse del conformismo clasista. Entre ellos destaca, sin lugar a dudas, Manuel Martín Cuenca, un director que ha conseguido redirigir su obra hasta dar con un grado de autoconsciencia que debería hacer reaccionar a los que llevan en esto desde hace más tiempo. El cine de Martín Cuenca ha seguido una evolución coherente desde que sorprendiese con la interesante La flaqueza del bolchevique (2003) y alcanzara la madurez con la maravillosa La mitad de Óscar (2010), filme que sienta las bases del título que nos ocupa, y es que Caníbal supone toda una continuación estilística. Características tan arraigadas en su obra como la economía de la palabra, la soledad, las dudas existenciales, el pasado traumático, los personajes opacos e inquietantes o el refinado preciosismo del encuadre se dan cita en una obra que confirma a Martín Cuenca como un perfecto artesano y compositor de imágenes. Caníbal reúne todos estos elementos aprehendidos bajo el influjo de las recurrentes referencias hitchcockianas y reminiscencias a otros trabajos como Las horas del día (Jaime Rosales, 2003) o esa decadente serie llamada Dexter dando como resultado un atípico noir en el que el pasado, la inadaptación, el perdón y la redención son claves para entender una metáfora sobre la búsqueda del yo y el amor en contraposición con la tradición. Caníbal avanza con paso firme pero lastrado por culpa de un estirado final y aquejado por momentos de impredecibles dosis de humor negro en los que solo un mayúsculo Antonio de la Torre es capaz de enderezar. Todo ello perdonable gracias al poderío visual de un thriller brillante.
Mi alma por ti curada (Mon âme par toi guérie, François Dupeyron, 2013) Sección oficial
Si acudimos a la filmografía de François Dupeyron, pronto recordaremos aquella historia de amistad El señor Ibrahim y las flores del Corán (Monsieur Ibrahim et les fleurs du Coran, 2003), en la que el director francés mostraba una cara amable y positiva ante el abandono y la exclusión, o la ambiciosa y pretendidamente trascendental ¿Qué es la vida? (C’est quoi la vie?, 1999), película que le valió una Concha de Oro y en la que reflexionaba sobre la deriva emocional, el amor y la familia. En aquella ocasión, Dupeyron recurría a un drama familiar originado por el suicidio de un padre y el trauma que ello origina en una familia de campesinos, mientras que en Mon âme par toi guérie es la pérdida de la madre lo que precipita un argumento protagonizado por Grégory Gadebois, quien bien podría ser el protagonista de un hipotético biopic sobre James Gandolfini (sic.). Dupeyron presenta a un hombre desolado, abandonado a su suerte pero dotado de un don curativo que nada puede hacer por su propia alma, la cual parece encontrar alivio en compañía de una mujer que aparece en sus visiones y siempre encuadrado dentro de un ampuloso y repetitivo juego de luminosidades con el objetivo de dar coherencia a las distintas referencias religiosas. Un insípido sinsentido dubitativo y ambicioso en su arranque pero fallido en su intento por estructurar una serie de personajes y subtramas irritantes sin emoción que desembocan en el más agotador de los finales posibles, ese en el que hace gala de un caprichoso montaje a ritmo de la cansina música de Nina Hagen. Un filme del que, lamentablemente, es mejor huir.
Gloria (íd; Sebastián Leilo, 2o12) Perlas
Si bien la Sección oficial no siempre regala los mejores recuerdos de un Festival, las Perlas de Zinemaldia logran reconciliarte de nuevo con la butaca y la pantalla. En esta ocasión, es Gloria, un título chileno que llega a San Sebastián con el Oso de Plata a la mejor actriz logrado en Berlín, galardón que sigue consolidando al cine sudamericano como un mercado a seguir teniendo en cuenta dentro del circuito de la distribución. Gloria es Paulina García, una actriz que ha logrado interiorizar todos los matices de un personaje que se niega a ceder un solo palmo a la vejez en su sentido más apático ofreciendo todo un tierno y optimista canto a la vida a ritmo del horterísima tema de Umberto Tozzi. Tragicomedia a la que merece la pena aproximarse solo por el potencial interpretativo de Paulina García y por el retrato que muestra Leilo sobre el fracaso y la alegría de vivir.
Fruitvale Station (íd; Ryan Coogler, 2013) Perlas
Uno de los títulos que más ruido ha generado tras su paso por Sundance, donde se anunciaba a bombo y platillo que la nueva apuesta de los Weinstein era todo un prodigio emocional tomando como base la brutalidad policial y el racismo. Sin embargo, Fruitvale Station es un producto efectivista y engañoso al hiperbolizar una trama minimalista y pretenciosamente manipuladora que cuenta con el respaldo de esa baza tan potente conocida como “basado en hechos reales”. El problema de Fruitvale Station es que comienza por el final y para cuando pretende cerrar el círculo es manifiesta su oquedad narrativa sustentada en la empatía de un protagonista por el que gira todo y que es fácil adivinar qué final le depara. Al igual que en Compliance (íd, Craig Zobel, 2012), Fruitvale Station pretende poner el foco en un deleznable hecho real pero donde la primera despertaba cierto interés, aquí todo suena conocido y esperado.