La sección oficial se cierra peor de como empezó, con el desconcertante y olvidable musical “London Road”
“London Road” o de como la clausura siguió la estela de la inauguración
Muchos creían que era difícil superar el fiasco que supuso la apertura con “Regresión” de Amenábar, sin embargo, el musical “London Road” de Rufus Norris encargado de cerrar el festival, no se ha quedado atrás en cuanto a estupefacción provocada hacia un público que a los diez minutos empezó a abandonar sus localidades. Y es que resultaría cuanto menos difuso llamar película a un producto financiado por el mismo teatro encargado de ofrecer su representación escénica, aparentando ser más un encargo publicitario que una concepción original estrictamente cinematográfica.
“London Road” se basa en un hechos reales acontecidos en 2006 donde se asesinaron a unas prostitutas y se entrevistó a los vecinos de la zona donde trabajaban. A partir de estas declaraciones se ha construido un sinfín de números musicales los cuales carecen de una letra trabajada al limitarse a citar sus meras respuestas. Tampoco ayuda el ritmo antimelódico y cargante de casi todas las canciones aparecidas. La cercanía que puede suponer los testigos mirando a cámara (al más puro estilo “Modern Family”) con el montaje de lo acontecido pronto se pierde en un filme que trataba de enlazar el recorrido de sus personajes hasta cansarse a los pocos minutos del metraje. Por otro lado, las referencias continuas al mundo de los medios de comunicación no dejan de ser simples críticas poco elaboradas.
El resultado final es el de una sucesión de temas cuanto menos discutibles e indudablemente tediosos ofreciendo una cinta simple y soporífera desmereciendo el nivel de una sección oficial que sin ser un compendio de obras maestras, nos ha regalado propuestas arriesgadas muy estimulantes y que bien seguro darán que hablar.
“Sad Vacation” disfunción familiar y narrativa
Shinji Aoyama realiza un cine por encima de cualquier norma establecida. No es extraño ver trabajos suyos en festivales con apuestas más experimentales y fuera de lo convencional como puede ser el de Locarno. Respecto a “Sad Vacation”, cabe insistir en que nos hayamos ante un filme que cumple todas las tónicas referentes a la retrospectiva sobre cine japonés independiente contemporáneo. Mediante un hilo narrativo muy difuso, como suele ser el caso de este compendio de largometrajes y documentales, una dirección que descuida en ocasiones lo estético se pierde entre la inmensidad del espacio con travellings siguiendo vehículos que tratan de escapar de lo que se podría antojar como los males de la sociedad nipona más reciente. Sin a penas normas autoimpuestas, Aoyama muta a su a propio gusto la dinámica del filme, adoptando temas musicales que apelan al sentimentalismo o la ternura, pero también induciéndonos en un puzzle en el que diferentes secuencias, todas ellas diferentemente abordadas, acaban por confeccionarnos un esquema mental del mundo que trata de relevarnos. Se vale del artificio más evidente (música, montaje) para construir su propio discurso.
Si todo en su forma acaba por erigirse como un seguido de idas y venidas alocadas, no es por mero ego del autor, sino porque casa a la perfección con la confusa idea que propone su contenido. Como también sigue siendo una constante de la retrospectiva, hallamos males intrínsecos de estos tiempos modernos como la desmembración de la familia. Los progenitores que abandonan a sus hijos, las familias que se pierden ante el descalabro de su unidad, los hijos que se sienten frustrados por no complacerles o los lazos familiares no sanguíneos (esto también tratado por Hirokazu Koreeda en películas como “De tal padre tal hijo“ en 2015 y “Nuestra hermana pequeña“ en 2015), se apoderan de unos miedos a los que estos cineastas tratan de hacer frente. También el individuo solo como ser incomprendido en medio de una sociedad hiperacelerada acaba por acaparar el protagonismo de estos filmes.
“Sad Vacation”, desde su planteamiento repleto de tramas que a priori pueden parecer inconexas y finalmente realizan un todo, nos regala un retrato sobre el desencanto, la frustración y la venganza que desata una violencia originalmente tratada desde nuevas vías cinematográficas.
“Canary” o la adolescencia perdida
El peligro que suponen las sectas es algo muy presente dentro del imaginario de la sociedad nipona. No es algo nuevo en la retrospectiva japonesa del festival, ya lo vimos en clave de ¿humor? ¿parodia? ¿historia de amor? en la explosiva “Love Exposure” (Sion Sono, 2008). Vuelve a tocarse la temática en la cinta de Akihiko Shiota titulada “Canary” que aborda unos hechos reales acontecidos sobre el grupo Aum Shinrikyo y los atentados que realizaron con gas en el metro de la ciudad de Tokio. A partir de esta interesante premisa, el cineasta nipón ofrece la historia de un niño de doce años hijo de una integrante de esta comunidad criminal que ha huido de los servicios sociales para reencontrarse con su hermana pequeña adoptaba por su abuelo. En el camino se topará con una adolescente de su edad que ha sido maltratada por su padre. Ambos emprenderán un camino dirigido en la tónica habitual de la sección, con movimientos de cámara continuos, dotando de importancia a los espacios naturales y sumergiéndonos en flashbacks cuya medida no atiende a razones estrictamente funcionales, erigiéndose como libres en todo momento.
“Canary” nos habla sobre esos jóvenes incomprendidos de ideas fijas en un mundo complejo que no saben comprender pero que les otorga ciertas herramientas para poder desenvolverse en él. Una odisea cargada de irregularidad, otorgando tedio por un lado y emociones fuertes por otra. Se agradece unos títulos de crédito finales con un tema musical tan cargado de energía y, que junto a sus protagonistas, nos invita a seguir adelante y superar las adversidades.